CUANDO SE NOMBRA A UN
CHICO POR LO QUE PADECE… En estos días escuche dos veces el diagnostico TGD
para dos niños de 3 y 4 años. Y me produce cada vez un efecto de malestar
profundo, enojo, impotencia, porque este y otros nombres diagnósticos cierran
puertas dando lugar a estigmas, queda nombrando la discapacidad su identidad y
destino. Y porque estos diagnósticos salen como pan caliente diariamente después
de largos estudios/test/observaciones a que son sometidos los chicos, con
esperas angustiosas para ellos y los padres, y a menudo, sin que se les cuente
a los protagonistas de la escena que les está pasando. Elijo la ética del psicoanálisis porque invita a mirar al sujeto, leer su
historia, ubicar y reubicar el malestar o la dificultad de quien padece a modo sintomático
como parte de una trama familiar, y que denuncia lo que no funciona. Para que
puedan hacerse nuevas tramas tomando lo más sano de cada quien, y buscar nuevos
modos para hacer funcionar lo que esta inhibido o detenido, desbordado o
contenido. Pero siempre se trata de leer la angustia que está por debajo de lo
que no anda. Los nombres diagnósticos que rotulan diciendo ES UN o TIENE
simplifican la cuestión, diciendo lo que NO en lugar de lo que SI. Hablan de lo
que no anda. Y queda nombrado el sujeto por lo que no puede. Aun donde lo
genético u orgánico está comprometido, a estas alturas de la evolución de una
parte de la humanidad se sabe que no hay uno que transite ese padecimiento
igual a otro. Depende del entorno, de la apuesta, de lo dicho y no lo dicho
haciéndose lugar en las palabras que
traducen la angustia singular y familiar.
Me enoja la soberbia ignorancia de cantidad de “profesionales
de la salud” que tomados por técnicas y teorías obsolotetas, de lo que dice un
baremo, de lo que un libro clasifica con ítems que, si aparecen en alguna
medida, nombran un cuadro dejando por fuera que eso tendrá consecuencias iatrogénicas
y des-subjetivantes para ese ser y su familia. En el mejor de los casos los
padres después de la angustia masiva que sienten pueden buscar otra opinión y
no quedarse con la certeza que obtura las preguntas necesarias al tener un hijo
que porta la discapacidad familiar. Pero en muchos el síntoma que nombra lo que
no funciona, queda convenientemente -a modo inconciente, claro- ubicado en uno
solo y se puede seguir sin mirar lo que hay que mirar.
Es menester para los que tenemos una posición desde el psicoanálisis,
ayudar a pensar, abrir preguntas, y denunciar lo que no funciona. Creo que
finalmente se trata de escasa disponibilidad
de recursos de quienes eligen
este modo de hacer/deshacer la salud mental. Porque no hay preguntas, entre
otras, la más simple, como sería posible que a TODOS los que muestran tal o
cual dificultad, les pase LO MISMO? donde quedan las diferencias, lo más
humano? Como un abordaje común podría ser singularizante?
Todos tenemos síntomas, disfunciones, dificultades,
capacidades y discapacidades. Los síntomas son para leer, nos guían, nos
orientan sobre que nos DICE ese niño a gritos, como puede, como encuentra,
pidiendo que lo inviten a salirse
del lugar del padecimiento, del
“paciente”, que pasivamente padece.
Con los niños es urgente hacer un movimiento vital. Los diagnósticos
solo tranquilizan a quien finalmente se contenta con que “supo” lo que le pasa
a alguien, lo deja nombrado con un nombre de enfermedad, dejando por fuera la
enorme responsabilidad ética y humana de quienes en algún momento decidieron
ayudar y acompañar a otros en la ardua tarea de ir viviendo.
Adhiero a las posiciones humanas que se ocupan de las
diferencias como lo más propio del ser humano, que se prestan como puentes para
ir trazando nuevas tramas junto a los que padecen dificultades, con la apertura
de que nada esta sabido de antemano, nadie puede saber del otro, que se trata
de des-cubrir juntos, analista y analizantes, lo mas propio de cada uno, las
potencialidades, las capacidades y los instantes en que uno se encuentra con
uno mismo (parafraseando a Deleuze “LA VIDA SON MOMENTOS EN QUE UNO SE ALCANZA
A SI MISMO”).
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