domingo, 6 de julio de 2014



“Es allí a donde voy” por Clarice Lispector

Más allá de la oreja existe un sonido, la extremidad de la mirada un
aspecto, las puntas de los dedos un objeto: es allí a donde voy.

La punta del lápiz el trazo.

Donde expira un pensamiento hay una idea, en el últi­mo suspiro de
alegría otra alegría, en la punta de la es­pada la magia: es allí a
donde voy.

En la punta del pie el salto.

Parece la historia de alguien que fue y no volvió: es allí a donde voy.

¿O no voy? Voy, sí. Y vuelvo para ver cómo están las cosas. Si
continúan mágicas. ¿Realidad? Te espero. Es allí a donde voy.

En la punta de la palabra está la palabra. Quiero usar la palabra
«tertulia», y no sé dónde ni cuándo. Al lado de la tertulia está la
familia. Al lado de la familia estoy yo. Al lado de mí estoy yo. Es
hacia mí a donde voy. Y de mí salgo para ver. ¿Ver qué? Ver lo que
existe. Des­pués de muerta es hacia la realidad a donde voy. Mien­tras
tanto, lo que hay es un sueño. Sueño fatídico. Pero después, después
todo es real. Y el alma libre busca un canto para acomodarse. Soy un
yo que anuncia. No sé de qué estoy hablando. Estoy hablando de nada.
Yo soy nada. Después de muerta me agrandaré y me esparciré, y alguien
dirá con amor mi nombre.

Es hacia mi pobre nombre a donde voy.

Y de allá vuelvo para llamar al nombre del ser amado y de los hijos.
Ellos me responderán. Al fin tendré una respuesta. ¿Qué respuesta? La
del amor. Amor: yo os amo tanto. Yo amo el amor. El amor es rojo. Los
celos son verdes. Mis ojos son verdes. Pero son verdes tan oscuros que
en las fotografías salen negros. Mi secreto es tener los ojos verdes y
que nadie lo sepa.

En la extremidad de mí estoy yo. Yo, implorante, yo, la que necesita,
la que pide, la que llora, la que se lamen­ta. Pero la que canta. La
que dice palabras. ¿Palabras al viento? Qué importa, los vientos las
traen de nuevo y yo las poseo.

Yo al lado del viento. La colina de los vientos aullan­tes me llama.
Voy, bruja que soy. Y me transmuto.

Oh, cachorro, ¿dónde está tu alma? ¿Está cerca de tu cuerpo? Yo estoy
cerca de mi cuerpo. Y muero len­tamente.

¿Qué estoy diciendo? Estoy diciendo amor. Y cerca del amor estamos nosotros.

Traducción: Cristina Peri Rossi


CUANDO SE NOMBRA  A UN CHICO POR LO QUE PADECE… En estos días escuche dos veces el diagnostico TGD para dos niños de 3 y 4 años. Y me produce cada vez un efecto de malestar profundo, enojo, impotencia, porque este y otros nombres diagnósticos cierran puertas dando lugar a estigmas, queda nombrando la discapacidad su identidad y destino. Y porque estos diagnósticos salen como pan caliente diariamente después de largos estudios/test/observaciones a que son sometidos los chicos, con esperas angustiosas para ellos y los padres, y a menudo, sin que se les cuente a los protagonistas de la escena que les está pasando. Elijo la ética del psicoanálisis  porque invita a mirar al sujeto, leer su historia, ubicar y reubicar el malestar o la dificultad de quien padece a modo sintomático como parte de una trama familiar, y que denuncia lo que no funciona. Para que puedan hacerse nuevas tramas tomando lo más sano de cada quien, y buscar nuevos modos para hacer funcionar lo que esta inhibido o detenido, desbordado o contenido. Pero siempre se trata de leer la angustia que está por debajo de lo que no anda. Los nombres diagnósticos que rotulan diciendo ES UN o TIENE simplifican la cuestión, diciendo lo que NO en lugar de lo que SI. Hablan de lo que no anda. Y queda nombrado el sujeto por lo que no puede. Aun donde lo genético u orgánico está comprometido, a estas alturas de la evolución de una parte de la humanidad se sabe que no hay uno que transite ese padecimiento igual a otro. Depende del entorno, de la apuesta, de lo dicho y no lo dicho haciéndose lugar en  las palabras que traducen la angustia singular y familiar.
Me enoja la soberbia ignorancia de cantidad de “profesionales de la salud” que tomados por técnicas y teorías obsolotetas, de lo que dice un baremo, de lo que un libro clasifica con ítems que, si aparecen en alguna medida, nombran un cuadro dejando por fuera que eso tendrá consecuencias iatrogénicas y des-subjetivantes para ese ser y su familia. En el mejor de los casos los padres después de la angustia masiva que sienten pueden buscar otra opinión y no quedarse con la certeza que obtura las preguntas necesarias al tener un hijo que porta la discapacidad familiar. Pero en muchos el síntoma que nombra lo que no funciona, queda convenientemente -a modo inconciente, claro- ubicado en uno solo y se puede seguir sin mirar lo que hay que mirar.
Es menester para los que tenemos una posición desde el psicoanálisis, ayudar a pensar, abrir preguntas, y denunciar lo que no funciona. Creo que finalmente se trata de escasa disponibilidad  de recursos  de quienes eligen este modo de hacer/deshacer la salud mental. Porque no hay preguntas, entre otras, la más simple, como sería posible que a TODOS los que muestran tal o cual dificultad, les pase LO MISMO? donde quedan las diferencias, lo más humano? Como un abordaje común podría ser singularizante?
Todos tenemos síntomas, disfunciones, dificultades, capacidades y discapacidades. Los síntomas son para leer, nos guían, nos orientan sobre que nos DICE ese niño a gritos, como puede, como encuentra, pidiendo que lo inviten a  salirse del  lugar del padecimiento, del “paciente”, que pasivamente padece.
Con los niños es urgente hacer un movimiento vital. Los diagnósticos solo tranquilizan a quien finalmente se contenta con que “supo” lo que le pasa a alguien, lo deja nombrado con un nombre de enfermedad, dejando por fuera la enorme responsabilidad ética y humana de quienes en algún momento decidieron ayudar y acompañar a otros en la ardua tarea de ir viviendo.
Adhiero a las posiciones humanas que se ocupan de las diferencias como lo más propio del ser humano, que se prestan como puentes para ir trazando nuevas tramas junto a los que padecen dificultades, con la apertura de que nada esta sabido de antemano, nadie puede saber del otro, que se trata de des-cubrir juntos, analista y analizantes, lo mas propio de cada uno, las potencialidades, las capacidades y los instantes en que uno se encuentra con uno mismo (parafraseando a Deleuze “LA VIDA SON MOMENTOS EN QUE UNO SE ALCANZA A SI MISMO”).